Teresa llegó muy entusiasmada a la fiesta del pueblo donde sus familiares serían mayordomos. El máximo honor para cualquier hijo de Teozacoalco. La familia entera preparó con una semana de anticipación todo lo necesario: Las mujeres cocinaron moles de todos los colores que es posible hacer en Oaxaca, prepararon la masa para las tortillas: se hicieron amas y señoras de la cocina. Los hombres, trajeron garrafas del mejor mezcal de la región, comenzando a degustarlo con alegría y mataron toda clase de animales para los guisados del reino de las mujeres. Unión. Trabajo en equipo. Porque la mayordomía era el momento más importante de sus vidas.
Teresa entró del brazo de su nieta menor a la casa comunitaria. Las mesas comenzaban a llenarse, la algarabía de los que les iban a acompañar (todo el pueblo), la hacían sentirse en casa de nuevo. El hogar que había dejado pero nunca por completo, hacía más de 65 años. Caminó lentamente hacia la mesa de honor. Sus 85 años no se lo permitían de otro modo. No podía tener mejor humor, estar más tranquila, más agradecida. Ella y su nieta, tomaron asiento. Se podían escuchar los cohetes y la banda de música acercándose a su destino, lo que entusiasmó a todos por igual; quienes venían con la banda y los que ya estaban adentro.
Teresa cerró los ojos. Pensó en la misa, en los años que esperó para que su familia recibiera el honor de la mayordomía. Su nieta le dijo: “Mire mamá. Aquí viene la banda. La fiesta va a comenzar”. Pero al mismo tiempo en que los asistentes comenzaron a escuchar las notas de “Dios Nunca Muere”, Teresa fue cayendo en un sueño profundo, tan profundo, que la llevó directo a la eternidad, donde fue recibida con los brazos abiertos por el Señor de la Agonía al que toda su familia estaba dedicando esa gran fiesta.
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