Llego a casa después de un duro día de trabajo. Me recuesto en cama y descanso los ojos. Pienso en lo importante de tomar esas vacaciones que algunos creen innecesarias pero que dos hijos maleducados y un esposo desobligado, hacen esenciales. En silencio (¡maravilloso silencio!) abro una botella de vino y tomo un baño caliente. Y una navaja. Mi pasaje hacia la libertad. De nuevo cierro los ojos y me relajo. Ya no quiero ser más la esposa fiel, la madre abnegada. Me niego a continuar soportando esta vida que no lo es. Tomo la navaja y sin dudarlo, corto. Al día siguiente, salgo temprano de casa y me llevo la parte que corté de la foto familiar en que aparezco. ¡La sorpresa que se llevarán al no encontrarme cuando regresen del fin de semana al que no me invitaron! Así comienzo mis vacaciones de ellos, vacaciones que durarán por siempre.
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