Lo conocí en un mundo extraño, diferente, el de las primarias nocturnas. Digamos que él era Juan y que por cualquier motivo, no estudió, ni aprendió jamás a leer ni a escribir. Ninguna persona o la necesidad de conseguir un mejor trabajo lo habían convencido antes. Y grandioso fue el día en que pudo leer, por fin, el nombre de aquel milagro del amor a quien Juan quiso llamar Azul Rubí. Su hija.
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