lunes, 24 de enero de 2011

HISTORIAS DE BICICLETAS

Como peatón, mas de una vez he odiado a los ciclistas. Me contó la prima de una amiga, cómo al bajarse de la ruta (camión, guagua o como la conozcas), fue atropellada por una bicicleta loca, conducida por un ciclista aún más loco. Y ¿Quién tuvo la culpa? Pues claro que mi amiga, por no haberse fijado al bajar y porque los ciclistas tienen derecho a transportarse por un medio ecológicamente amigable. En una ocasión me tocó ver cómo, al más puro estilo de mensajero-ciclista neoyorkino, un singular personaje sorteando los autos, temerariamente fue mas allá: No solo se pasó la luz roja, si no que hizo gala de múltiples expresiones referentes a la madre de los automovilistas que se atrevieron a pitarle.

Como ciclista, odié una hermosa bicicleta amarilla que me regalaron con el único motivo de “hacer más cosas juntos”. También odié al tipo en cuestión y al casco, los guantes y hasta a la méndiga botellita de agua que todo ciclista bien nacido debe traer: Nomás le cabían tres gotitas de agua y yo, como buen paquidermo que soy, necesito mínimo tres galones por hora o me comienzo a sentir como Bob Esponja cuando lo sacan del agua. Una, si… UNA salida le duró el gusto a Romeo compartir esta “¿bella?” experiencia conmigo, su Julieta. Fueron las dos horas más largas de mi existencia, a la mitad de las cuales, mi Hulk interno emergió; tomó la bici por encima de su cabeza y ¡zaz! La dejó caer contra el suelo lo más fuerte que pudo. Ese día me retiré del ciclismo para siempre y mi príncipe azul se dio cuenta que el seguiría por el mundo cual llanero solitario, cabalgando las calles en su briosa “cicla”.

En mi vida, hay mas de un millón de historias de bicicleta: Cuando andando en bici de montaña mi hermana pasó por un charco de lodo mas hondo y fangoso de lo que esperaba y ¡plop! ¡Al agua puerca! (puerca el agua, no mi hermanita). Cuando una noche mi hermoso Romeo chocó con un poste de luz que plantaron a la mitad de la nada y gracias a eso, se hizo un segundo ombligo con un tubito que no se pa que sirve, pero que tiene el manubrio de la bici. Cuando salí a la tienda montada en la bici y regresé arrastrándola porque mi pantalón se enredó en la cadena y no hubo poder humano que pudiera desatorarla. Cuando el papá de mi hija (así se le dice al ex), por exceso de pago tuvo que devolver a la tienda la bici que le habíamos comprado a plazos a la peque. Hasta con la bicicleta fija he tenido mis queveres: En el trabajo, tenemos un par de bicis para enseñar a los niños acerca de la generación de energía eléctrica. Pues un mal día, mi amiguito Ulises salió corriendo a la cruz roja con un niño en brazos, porque el chamaco desobedeció las indicaciones, se despellejó la rodilla y necesitó dos puntos de sutura…

Y por supuesto, como conductora de auto, estoy aun mas expuesta a la perversidad de esos instrumentos del diablo: Soy muy cuidadosa de no pasar muy cerca de los ciclistas (el hecho de llevar una mayor velocidad que la de ellos, produce el efecto de “jalarlos” hacia el auto y esto se llama Principio de Bernoulli. ¿Ah edá? ¡Si la cara es la que no me ayuda!). Y si por imprudencia o por mala suerte llego a atropellar a un ciclista, es seguro que me lo cobrarán como nuevo y peor aún, como si sirviera. Estoy de acuerdo que cada quien se transporta como quiere o puede, pero al igual que los automovilistas, los ciclistas deben estar reglamentados: no andar por las banquetas, no andar en sentido contrario, usar casco de protección y sobre todas las cosas: Darle Preferencia al Peatón.

Por eso, ahora que a nivel global, los ciclistas quieren ejercer su derecho de vía, tengo miedo. Así que por las dudas, ya pegué en mi auto una calca que, hipócritamente dice: “amiga del ciclista”. Diplomacia ante todo… Pero no diplomacia estadounidense, ¿eh? Esa es medio babas. Está visto que casi hasta un niño de 4° de primaria, puede entrar y salir sin problema de sus páginas de Secretos de Estado.

Pero esa es otra historia…

1 comentario:

Gerardo Andersen dijo...

Eres hilarante, hermosa. Felicidades por ese gran talento tuyo.