viernes, 16 de octubre de 2015

LA METRÓPOLIS

Como en esa película muda en blanco y negro, comencé por horrorizarme por la inmensa población de la ciudad. Dormí tanto tiempo, que el despertar me llevó a conocer un mundo que no creí pudiera existir. Pregunté exactamente que fecha y hora era a la enfermera que con cara hosca, me miraba. Secamente contestó: Cómo usted lo solicitó, es 11 de junio de 2173. Mi bicentenario. Reí aunque al parecer, a la enfermera no le hizo gracia. Alguien escribió el hombre bicentenario y ahora yo era la mujer bicentenaria. Ok. No es algo tan simpático después de todo. Una semana después, salí del centro de criogenia o congelamiento, como le decíamos en mis tiempos. Jaja. ¡Mis tiempos! A pesar de tan solo tener 40 años, ya era una ancestra. No formaba parte del movimiento tan grande que sucedía a cada momento en La Metrópolis. ¡En qué poco tiempo desaparecieron las ciudades pequeñas o grandes! ¿Cómo pudo ser que en solo 200 años ya no existiera el campo? Las flores y arboles, se convirtieron en parte de la historia. Todo por culpa de la industrialización. Nadie quiso hacer caso cuando se les dijo que esto podría suceder. Y ahora, La Metrópoli cubría cada centímetro de tierra habitable.

¿Dónde quedaron los árboles? ¿Los ríos, las cascadas? Ahora todo era parte de La Metrópoli. Decidieron llamarla así, para evitar conflictos entre los antiguos estados por el nombre, según me informó la mesera de la cafetería a donde entré a comer mi primera comida de verdad desde que fui descongelada. El problema de la contaminación, había sido resuelto hacía 50 años. Ahora se utilizaba al 100% la energía solar para mover lo que fuera.

Pero, si no hay campo, ¿Cómo es que logran tener alimentos? – pregunté. La respuesta estaba en las azoteas de los edificios. Cada una era una parcela en la que se sembraba de todo. Bueno, casi. Ni flores ni árboles ornamentales. Eran considerados un estorbo, por ser improductivos y ocupar espacio para la comida. Y en el interior de los departamentos, tampoco se podía tener plantas, a menos que fueran estrictamente comestibles, porque las ventanas no existían. Todos los rascacielos estaban cubiertos por celdas solares, para proveer de energía a todos los habitantes de la Metrópoli.

Nadie caminaba a menos que fueran distancias cortas. La bicicleta había sustituido al automóvil y había miles de líneas de tren ligero que te podían llevar de un lado a otro de La Metrópolis con comodidad y autobuses colectivos eléctricos. Pero aunque la gente vivía apretada una contra otra, no se conocían entre ellos. En eso no habían cambiado las cosas.

Pero no todo era malo en esta nueva sociedad. El crímen había desaparecido por completo. La gente se había dado cuenta que no era necesario delinquir para obtener lo que deseaba. Así que rápidamente me incorporé al mercado laboral con un sueldo excelente. En esta realidad Todo lo era. No existía la pobreza. No entiendo cómo, pero se había logrado. Igualdad y paz social.

Irónicamente, las personas tenían más tiempo para convivir entre ellas, porque las distancias ya no eran problema y porque la mayoría de las personas trabajaban desde casa. Las que necesitaban salir, lo hacían en un abrir y cerrar de ojos. Pero casi todo lo que se compraba, se hacía desde la comodidad de casa, por medios electrónicos. El teléfono había desaparecido dando lugar a las video conferencias. Todos eran felices. ¡En qué poco tiempo se había logrado! 

Pero a pesar de todo, extrañaba. A mi familia, los árboles, la naturaleza. Todas las cosas bellas que disfruté por tantos años, ya no estaban. ¿Qué me hizo decidir congelarme, si tanto amaba a mi gente? Mi hija, sus hijos y el amor de mi vida, hacía muchos años que se habían ido. Pensar eso me entristecía. Una tarde, en que la desesperación y soledad me hicieron perder la cabeza, subí a un rascacielos y sin pensarlo dos veces, me tiré al vacío. No sentí miedo, no sentí nada. Un segundo antes de tocar el suelo, cerré los ojos y después, de nuevo nada.

Abrí los ojos. Lentamente me fui incorporando al mundo. Una enfermera me saludó, sonriéndome – Bienvenida de nuevo a la vida. Hoy es 11 de junio de 2173 en Metrópolis. Es el día que usted pidió ser regresada -. ¿Había sido un sueño lo que ya conocía de La Metrópolis? – Su hija y su esposo la esperan afuera. ¿Quiere que los haga pasar o prefiere despertar por completo? Entonces recordé. Los tres nos habíamos congelado como parte de un experimento. No estaba sola. Lo que había pasado por mi cabeza anteriormente, había sido parte de un sueño. Y ya nada importaba, porque los tenía conmigo. Era el momento de re comenzar de nuevo, en la Metrópolis, desde cero.

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